CAPÍTULO 4
Dije que quería cambiar la sesión, pero cuando has matado a tanta gente, tu opinión vale más bien poco.
Dos Caras: me caí.
Psicólogo: ya veo-. Hace una pausa, como si se estuviera recalibrando a si mismo. Pasa a otra cosa, y temo que sea algo que me apetece aún menos-. ¿Qué es lo peor de haber visto a Gilda con otro hombre?
Lo sabía.
Dos Caras: ya la he visto en otras ocasiones. Además, he tenido muchas mujeres aparte de ella. Psicólogo: y sin embargo, decidiste quedarte con ella.
Dos Caras: ...
Psicólogo: solo te preguntaré una cosa más. ¿La fuga de la prisión fue idea tuya, o del Joker?
Dos Caras: no soy un chivato, no diré nada.
Psicólogo: no hace falta, ahora ya lo sé, solo he tenido que mirarte.
Dos Caras: ¿y qué ves, doc? –le pregunto con sorna-. ¿A dos hombres?
Psicólogo: a medio.
Dos Caras: te aseguro que disfrutaré mucho cortándote la garganta en el próximo motín, y me molestaré en organizarlo yo mismo para demostrarte lo mucho que he progresado en tus sesiones. Psicólogo: mientras no me toques la cara.
Dos Caras: no serás tan gracioso cuando tire una moneda que decida tu misma suerte.
Psicólogo: en el fondo, eso también refleja tu juicio, tu personalidad. El azar en tu vida es falaz. Tus actos no responden al azar, sino a un temperamento condicionado, por eso siempre eres engañado, cometes los mimos errores y llevas años sin hacer nada digno, porqué todo está preestablecido, sin un ápice de imprevisibilidad.
Dos Caras: eso no tiene sentido, precisamente las probabilidades...
Psicólogo: se falsean, subconscientemente. Ya no tiras la moneda tan arriba como antes, o la pones encima del dorso en vez de cogerla con la misma mano... cada variable determina lo que sucederá, y del mismo modo que aborreces la justicia arbitraria, has terminado arbitrareando tu voluntad. ¿Recuerdas por qué lo empezaste?
Dos Caras: lo único que veía sentido y que era absoluto, es el azar.
Psicólogo: porqué creías que la voluntad de los hombres era corrupta, ¿pero y la tuya? Tus decisiones también eran basadas en la moneda.
Dos Caras: porqué me volví corrupto. Pero distinto a los demás.
Psicólogo: has dejado que te manden igual, solo que en vez de un capataz, es un objeto circular de plata.
Dos Caras: sí...
Psicólogo: ¿sí?
Dos Caras: es... verdad.
Psicólogo: ¿y qué harás al respecto?
Dos Caras: la moneda... todo está en la moneda. En cómo la use. La vida es azarosa, y mi juicio puede verse nublado aún estando libre. Las coyunturas no se toman con la misma convicción con duda que sin ella, y el resultado de mis actos se verá afectado por ella. Tal vez no funcione mi elección no por el error sino por condicionamiento. La suerte nos equipara, pero solo en igualdad de condiciones, y esas se dan sin variables, cuando nadie tiene nada.
Psicólogo: interesante.
Dos Caras: nunca había pensado algo así, ¿por qué ha salido de repente?
Psicólogo: siempre lo tuviste, pero alguien te lo bloqueaba.
Dos Caras: ¿quien?
Psicólogo: tú. Como mitad. Hemos hecho mucho hoy, ya puedes marcharte, te están esperando.
Lo sabía, pero no me apetecía lo más mínimo. No verle a él. Supongo que por eso sacaba el tema, par asegurar que no unía más cuerpos muertos a mi larga lista. Su problema. Al llegar recuerdo todo lo que aborrezco de él. Es demasiado parecido a Dent. Aborreciblemente.
Marido: has venido.
Dos Caras: como no haya un buen motivo para ello te romperé los pulgares. De buen grado aceptaré aislamiento.
Marido: por esta clase de cosas te dejó por mí.
Dos Caras: por un enclenque débil y lastimero. Yo podía protegerla.
Marido: de ti, no.
Fantaseo frecuentemente en diseccionarle la cara en dos partes, y ver si Gilda le amará tanto como lo hace ahora.
Dos Caras: ¿a qué has venido?
Marido: aborrezco estar frente a ti. Cuando la dejaste la destrozaste. La rompiste, y yo tuve que juntar los pedazos. Le costó mucho superarte. Y ella lo sabe, pero aún así, quiere verte.
Titubeo más de lo que quiero. La boca se me queda abierta, y un escalofrío pretérito para mí me recorre el pecho.
Dos Caras: ¿ella...?
Marido: Gilda está enferma, Dent. No le dan más de un mes. Cáncer. Ayer le dio un derrame
Dos Caras: no puedo ir a verla, me lo han prohibido.
Marido: ¿y eso también es culpa suya? –cree que me odia a mí tanto como yo a él. Se equivoca. Soy puro odio-. Pero ella ya lo ha pensado, por eso ha llamado a una buena abogada. Vuestra profesora de derecho procesal.
Dos Caras: ¿Susan Bellamy?
Marido: sí, y sabes muy bien que no se tragan. Está haciendo mucho por ti. Está arreglando tu salida. Controlada, eso sí, pero podrás ver a Gilda.
Paso las siguientes horas tumbado en la cama con una algarabía de recuerdos que, pese a no sentirlos como míos, reconozco como tales. Me enfurece. Me desquicia. Como si estuviera en el suelo porqué alguien me retiene ahí, alguien a quien debería detener pero al que no puedo como si estuviera condenado al fracaso desde antes de empezar. Logré todo lo que un hombre puede lograr. Me gradué con las mejores calificaciones. Conseguí plaza como profesor. Me casé con la mujer de mis sueños. Fui elegido fiscal general de Gotham. Me gané el respeto de la ciudad. Pero a cada esquina, estaba la sombra de mi padre, y yo, como un idiota balbuceante, tratando de perdonarle. Así que tomé la decisión; el dependiente o independiente. Pero el loquero lleva razón. Creía que era un pez gordo, cuando hace años que perdí esa posición, y me he obsesionado tanto con mi filosofía que, al final, la he perdido viciándola.
Susan no ha cambiado, y la luz de aquí, no favorece. Era siete años mayor que yo, empezó a dar clases muy joven. No recordaba echarla de menos. No entiendo por qué no recordaba cosas que no se olvidan. Como lo amable y encandiladora que siempre ha sido, tanto como elegante y con clase.
Susan: hola Harvey.
Dos Caras: no me llames así.
Susan: no me pidas que te llame por lo que no te conocí.
Dos Caras: entonces, no me llames.
Susan: de acuerdo –no deja de mirarme con esos ojos azules, claros, pulcros-. El marido de Gilda, y eso lo vas a tener que aceptar, te ha informado de que ella me ha pedido sacarte con un permiso para verla. Les he expuesto el precario caso de Gilda, y que no se estarían castigando a ti sino a ella, una devota ciudadana que fue perjudicada por la ineptitud de los órganos institucionales para protegerla a ella y a su familia.
Dos Caras: no van a tragárselo.
Susan: lo han hecho.
Dos Caras: no... no es posible...
Susan: han dado luz verde. Pero irás custodiado por quince hombres. Y tu comportamiento debe ser ejemplar. Otro desliz y te considerarán demasiado peligroso y te recovarán ese derecho.
Es casi demasiado real, como si pudiese tocarlo.
Dos Caras: ¿por qué haces esto? Gilda no te gustó nunca.
Susan: pero tú sí. No has olvidado nuestras tutorías, ¿verdad?
Dos Caras: no, no lo he hecho. Ni tampoco tu marido.
Susan: lo dejé. Me casé demasiado joven. Tenía menos claro con quien quería estar que quien quería ser.
Aparto mi mano de la suya, aunque esta vez no soy brusco. No podría con ella.
Dos Caras: sigo sin ser Harvey Dent.
Susan: comprendo –se levanta de la silla, con estilo, sin mostrar enfado-. Estoy bien sola, terminé con el papel de amante esposa, es solo que creí que te vendría bien alguien que cuidara de ti.
Antes de cruzar la puerta, se detiene una vez más. No es de las que insistan dos veces el mismo día, es suficiente orgullosa como para eso.
Susan: Gilda se muere. Su enfermera dice que no le queda mucho. Si te deniegan la salida, será la última oportunidad que tengas de verla en vida. Así que recuerda. No pueden denegártela. No...
Dos Caras: no lo haré.
Últimamente me he sentido más liviano que antaño, como si algunas partes de mí, volvieran a funcionar tras un prolongado letargo, y no me molesta en absoluto. Había desechado todo lo que había formado parte de mi historia pasada, y empiezo a plantear que he sido demasiado ciego con mi nuevo yo.
Killer Croc es lento de cojones. Llevo dos semanas para enseñarle lo mismo. Si crea su propia banda, el Pingüino se lo merendará en un mes. Solo puede sobrevivir como matón, aunque muy bien. Puedo soportar el olor a cloaca que desprende y lleva arrastrando de antes de ser encerrado, pero no su incompetencia. Lo siento como lo que menos tolero, hasta que viene alguien que tacharía de abominable.
Joker: Harvey-Harvey... ¿enseñas a leer a un cocodrilo? Un consejo, Croc. Pídete a otro cuando te toque aprender los palíndromos. Harv siempre ha tenido problemas de bilateralidad.
Dos Caras: ¿qué quieres, Joker? ¿Otra paliza? Estamos rodeados de guardias.
Joker: ¿te acuerdas de esa pequeña charla que tuvimos acerca de que Arkham y la alta mortandad que ofrecía había resultado ser muy conveniente para mis legiones de seguidores para encontrar trabajo? Pues como ahora puedes ver, no exageraba.
Dos Caras: si quieres pegarme con los de azul, adelante, puedo con ello.
Joker: lo sé, eres un tipo duro, al fin y al cabo, pero perder la oportunidad de ver a tu no-esposa con vida puede ser horrible.
Le sujeto del pelo, del que tiro hasta que su nariz se empotra contra la mesa.
Joker: creo recordar que todo lo que necesitabas para que te negaran el permiso era un incidente.
Lo dejo ir de inmediato. Las venas del cuello se me hinchan, las noto a punto de estallar. Cree tenerme contra las cuerdas, pero esta vez, soy yo quien decide.
Dos Caras: ¿qué quieres? ¿Provocarme? Tendrás que hacerlo mucho mejor.
Joker: sí -dice frotándose el mentón-, eso parece. ¿Sabes qué fue lo más divertido que pegarte aquella paliza, Harv? –mis ojos bombean sangre, especialmente del lado malo-. No solo que tu esposa estuviera delante. No solo que fuera por Navidad. Ni siquiera que fuera un broche de oro a una encadenamiento de fracasos para capturar a El Festivo. Lo mejor, era que te quedaste en el suelo como un perro que quería y no podía, tal y como tu padre te enseñó que eras.
Dos Caras: ¿qué sabes tú de mi padre?
Joker: más que nadie, como te dije, nadie sabe cómo consigo lo que consigo, pero lo hago, ¿verdad? Dos Caras: insuficiente.
Me divierte ver como el payaso muestra frustración, y esa sonrisa chillona se convierte en una mueca bizarra de resquemor.
Joker: tengo un público difícil, hoy. Bien. Me gustan los retos. ¿Y si te dijera que Arturo, el atento y amado esposo, fue presentado por mi?
Dos Caras: diría que mientes. ¿Ahora resulta que tú has sido partícipe de todo lo que ha ocurrido en mi vida? ¿Por qué yo?
Joker: porqué eras el caballero blanco de Gotham –mi corazón se me encoge. Di por sentado que estaba podrido-. Tiempo atrás, quise asesinar a la familia de minibatmans que corretean por allí por haber vuelto a Batsy tan débil. Ahora, imagina alguien con quien no solo tiene que ser protector, sino que es además equivalente, en un sentido en el que, eventualmente, será innecesaria la capa y la capucha. Si no llego a tumbarte, tú habrías tumbado a Batman, y eso, no podía consentirlo. Y te tumbé muy bien, Harv... aún lo hago...
Dos Caras: Gilda me dejó antes, no tienes nada, Joker, solo le diste una nueva pareja.
Joker: una que supo satisficerla como tú no pudiste. Créeme, he visto varias sex-tapes de ellos y no es como si Gilda te eche de menos.
Pego un puñetazo en la mesa. Los seis guardias se acercan a nosotros, acechándome, con sonrisillas traicioneras.
Dos Caras: mejor para ella –me obligo a sonreír-. Yo he tomado otras mujeres.
Joker: rrrrr –protesta con desdén-, muy bien, iré al plato fuerte. ¿Recuerdas cuando dije que tú fuiste mi creación? Bueno, no fuiste mi único. A ti te liberé hace tiempo. Solo necesitaba romperte. Pero hubo otra, a la que descuidé durante un tiempo y se volvió... rebelde. Así, que tuve que hacer que repitiese curso. Fue un verano duro, de hincar codos, pero ahora nuestra preciosa Harley ya está preparada para enfrentarse a la universidad, hacer exámenes, emborracharse con su hermandad y tener su primera experiencia lésbica.
Dos Caras: ¿qué tiene que ver esa pirada en esto, Joker?
Joker: ¿sabías que ella es psiquiatra?
Dos Caras: sí, la vi trabajar aquí antes de que te metieras en su cabeza.
Joker: ¿y sabes que un psiquiatra es alguien que estudió previamente medicina?
Dos Caras: claro.
Joker: ya sabes cómo es la sociedad, siempre juzgando. No puedes tener un mal día sin que todos se te echen encima, o que se te enfaden porqué una vez tiraste un papel al contenedor verde o porqué alojaste veneno cutáneo a una máquina expendedora de profilácticos de un instituto público. Así que la pobre ha tenido que ir buscando empleo por un perfil más bajo. Ahora trabaja con una mujer enferma. No se queja mucho, aunque la mujer huela un poco y su hija haga demasiado ruido.
Cuando vuelva de ver a Gilda, lo primero que haré será asesinarte en tu propia celda.
Joker: lo hice por ti, Harv. Por un amigo, lo que haga falta. Incluso le di un jarabe para la tos. Bueno, dejé la receta hecha, Harley la produjo y se la dio. Dios la bendiga...
Trato de que mi cerebro no se apague. Lo logro a duras penas. Harley localizó a Gilda, le vertió veneno de algún modo y logró el trabajo como cuidadora cuando cayó enferma y le informó de todo al Joker. ¿Cuanta gente más interviene en esta telaraña macabra? No. Soy fiscal. Solo el Joker puede mentirme sin que lo cace, al menos ahora, no soy como antes. Quiero hundirle la suela de mi bota en la cara hasta que solo queda una masa amorfa irreconocible. Quiero quebrarle la columna vertebral por doce partes. Quiero convertir la risa en una psicofonía de aullidos y gemidos. Eso es lo que también él quiere. No se lo daré. Tengo que irme, Croc me anima a destrozarle y cree ayudarme. No ha prestado atención a nada. El Joker sonríe. Era su última baza. Acaba de decirme que envenenó a mi esposa. No hay nada peor que eso.
Joker: realmente vas a obligarme a usar lo único que me queda, HarveyHarvey.
Dos Caras: no te queda nada, payaso, solo eres un estercolero hediondo de mentiras.
Joker: y sin embargo, te las sigues creyendo porqué una parte de ti sabe que son verdad-. Mi cuerpo está contraído de la rabia, pero aguanto, puedo aguantar, por fin he logrado tener pleno control de mi mismo. Esta vez gano yo-. ¿Sabes? Yo conocí a Maroni.
Abriendo viejas heridas. Está falto de ideas.
Joker: yo ya te había echado el ojo. Como para no hacerlo. Llamaste mucho la atención. Estabas preparado para ellos, pero no para mí. Sé algunas cosas de química, ¿sabes?
¿Qué?
Joker: ¿alguna vez te has preguntado cómo coló aquel frasco en aquel juicio?
No...
Joker: si no saben que hay que mirar en alguien, nunca echarán ese vistazo en concreto, y una vez dentro...
No puede ser.
Joker: ¿nunca te pareció extraño que es el líquido te provocar esa clase de lesión en concreto? Te gustaban las monedas. Harvey “Dos Caras” Dent. ¿Coges la broma?
Estalla a reír. Miro al suelo. Sus secuaces también ríen, pero solo escucho la suya. No muevo ni una sola parte de mi cuerpo. Aún no acaba. Quiero oírlo todo.
Joker: yo creé lo que te mutiló la cara. Yo se lo di a Maroni. Yo te creé. ¿No lo ves? Me perteneces. Y cumpliste mi máxima. Todo hombre es un loco en potencia, lo único que necesita, es un mal día. Añádele suficiente presión, y verás como todo el engranaje que sostiene su cordura cae por si solo.
El más gordo vomita los intestinos con el primer puñetazo. El siguiente trata de darme mientras me ataca su compañero. Me cubro de ambos y les disloco la mandíbula y la rodilla. Vienen dos más, pero Killer Croc les abre la cabeza y se come lo que encuentra dentro. Rompo el brazo de otro por tres sitios y le quiebro el cuello.
Cuando mis manos alcanzan al payaso, los de azul me tiran al suelo. Gilda. Yo te aparté de mi. Todo lo que hice fue por él. Creí que decidía yo, pero... él hizo que cortara contigo... no, fue culpa mía, dejé que me manipulase. Puedo arreglarlo. Barro sus tobillos y me llevo a uno por delante. Las puertas del comedor están abiertas. Tengo que ver a Gilda. En el pasadizo exterior hay tres guardias más. Placo al primero y a los demás les abro sus cabezas. Llego afuera. Veo los faros y los francotiradores gritándose órdenes. la valla es alta, pero en carrera puedo saltarla. Mi sombra atrae la mayoría de los dardos, aunque dos me dan en la espalda. La adrenalina hace el resto. Puedo seguir, no pierdo velocidad. Tengo que ver a Gilda por última vez. Tengo la puerta cerca, solo treinta metros.
Oigo cambiar de munición. El reguero de inyecciones se transforma de marcas de impacto de bala. El hombro se me sale de sitio en uno de los aciertos. la pérdida de sangre se mezcla con el efecto de los sedantes. La valla es más alta. Sigo corriendo. Caigo al suelo con el segundo acierto. Me duele solo de llevarme el brazo a las costillas. Sigo corriendo. La valla es demasiado alta. Dos balas rozan mis piernas y termino medio somnoliento agarrado a los barrotes de la puerta del asilo. Los zarandeo, fuerte, luego débil, y luego fuerte otra vez.
No puedo saltarla, pero tampoco apartarla. Mi visión se nubla. Mi juicio, aún más.
Ojalá pudiera separar estos barrotes, pero ya no puedo. No tengo fuerza sobrehumana. Solamente nací como un hombre.
Y moriré como un monstruo